El lenguaje, ese gran sistema de comunicación que permite persuadir e influir sobre los demás, actúa, como un poderoso instrumento de acción e interacción social y se revela por naturaleza esencialmente dinámico. El discurso retórico es un buen ejemplo de ello. La retórica entendida en su sentido original, y a la vez nuevo, nos remonta a la antigüedad clásica, a entenderla como Aristóteles la esbozaba: Una teoría de la argumentación y un sistema de pensamiento. Una técnica para persuadir y convencer. Así entendida, la retórica, se reviste de las galas de la política, es decir, de la sociabilidad humana y, por tanto, de la ética y de la psicología para penetrar en el estudio complejo de la comunicación humana.
Esto es así porque el hombre es un animal político y hace retórica en sociedad, de modo que todo discurso retórico es un discurso persuasivo. La retórica es, pues, el arte de manejar, en el campo de la comunicación, el lenguaje como un arma de acción político-social, de innegable esencia pragmática, un arma importante por cuanto es capaz de producir transformaciones en la vida política y social.
Como ya hiciera en tiempos Séneca, autor de algunos de los discursos de Nerón, el discurso persuasivo vuelve a ser puente entre la creatividad, las ideas y la comunicación. Las palabras vuelven a tomar protagonismo y nos recuerdan su poder para mover a la gente, transformar la sociedad, y dejar una huella imperecedera en la Historia, más allá del tiempo y las fronteras. Por su enorme fuerza, simbolismo, y expresividad merece ser apreciado el discurso que ofreció Barack Obama tras su victoria en los caucus de Iowa.
Discurso de Obama
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